Los padres de chicas menores de
edad venden a sus hijas como esposas, a cambio de fuertes sumas de dinero, en
Afganistán.
Los compradores son generalmente
jefes de lo que era el ejército afgano en la era previa a la invasión de
Estados Unidos, algunos de los cuales incluso llegaron a participar en la
resistencia contra la Unión Soviética, en los ‘80. Su alto caudal de ingresos
se debe a las conexiones con el tráfico de armas y drogas.
Los montos ofrecidos por estos
personajes rondan los diez mil dólares (unos 567 mil afganís, moneda local), y
los padres presionan a sus hijas para aceptar estas propuestas. Si ellas no
están de acuerdo las castigan físicamente, incluso frente a los pretendientes,
hasta que acceden.
En Afganistán el 36 por ciento de
la población vive en la pobreza absoluta, por lo que estas cantidades de dinero
aseguran el bienestar económico de la familia entera durante algunos años, a
costa de entregar a una hija como esposa de un desconocido.
El rango de edad de las niñas va
desde los 7 años, e incluso algunos piden a los padres que se las “reserven”
para dentro de un año o dos, cuando la jovencita sea más grande y esté más
cerca de la pubertad. Los hombres suelen tener entre 40 y 60 años.
Esto es frecuente en
el interior del país, donde el Estado está prácticamente ausente, y hasta
tiende a proteger a los compradores con sus fuerzas policiales, en lo que
consideran una legítima propuesta de matrimonio. A pesar de esto, no toman en
cuenta los abusos a los que las niñas son sometidas para aceptar este tipo de
casamiento.
Es habitual que las chicas terminen
recurriendo al suicidio, y esta es una de las principales razones por las
cuales los acaudalados no realizan el pago de una sola vez, y sí lo hacen en
varias cuotas. De esa manera evitan pagar por “una esposa muerta”, y tienen
bajo su dependencia a la familia de la jovencita.
Esta práctica es interpretada como
una costumbre propia del Islam. Sin embargo, los instruidos en esta religión
explican que no tiene relación con ser o no musulmán, ya que en ese credo se
suele regalar un monto de dinero y/o bienes a la futura esposa. Ese regalo
(llamado mahr) es para uso exclusivo
de la mujer, y no para el de su familia, como sí sucede en Afganistán.
La situación generó controversia
entre otros pretendientes afganos porque, a partir de estos altos
ofrecimientos, la tasa mínima para el mahr
alcanzó niveles que un joven promedio no puede y, probablemente, nunca
pueda pagar. Es decir, que nunca se podrá casar.
Recientemente se fijó (socialmente,
mas no de forma legal) en cinco mil dólares el mínimo para hacer una propuesta
de matrimonio. El salario promedio en el país es de treinta dólares al mes.
Con todo, la situación no tiene
atisbos de menguar y, por el contrario, se fortalece cada día más en todo el
país. Además, colabora en la construcción del poderío de los traficantes, que
son amos y señores del interior de Afganistán.
Tomás Bitocchi
tomasbitocchi@hotmail.com